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martes, 8 de octubre de 2013

LITERATURA ACTIVA: LOS NIÑOS 2DA PARTE

.... y continuamos queridos amigos con la segunda parte de la actividad de Literatura Activa que hemos realizado en Casa del Libro durante el mes de septiembre dedicado a Los Niños ... esperamos que la disfruten...

Este poema  lo recitó nuestro Vicepresidente Pedro Lencina
Autora: Violeta Gambín
        A DORMIR TE VAS

        Un cuento leerás

         si a dormir te vas.

        Con Pulgarcito te acostarás

        y con Cenicienta soñarás.

        El Mago de Oz

        tus pesadillas espantará,

        mientras la Bruja avería,

        de monstruos te librará.

        La Bella Durmiente

        te acunará

        y con Campanilla

        volarás.

        Pequeño, antes de dormir,

        un cuento

        todas las noches leerás

        y así, nada malo

         te sucederá.

         Si escuchas mis consejos, mal no te irá

         y de esta forma aprendiendo, crecerás. 



Obra: Noche de Tensión
Autor: José Salieto
Fragmento de su Tetralogía Crónicas de una nueva raza.
 
NOCHE DE TENSIÓN
  
Me desperté a media noche. No sabía qué hora era, ni tenía medios para saberlo. Pero calculé

que aún faltaba bastante para que amaneciera. Fue un sexto sentido, o algo así, no sé, pero me desperté

con cierta inquietud y temor a la vez. Juraría que fue un ruido. Uno de esos ruidos sordos, que

se producen en la noche cuando alguien intenta evitar que se produzca sin conseguirlo.

Me quedé quieto, inmóvil, escudriñando el silencio y la oscuridad de mi habitación.

Eran unos pasos, unos pasos sigilosos, dados con mucho cuidado, como para que no se oigan,

y sonaban fuera, en el salón. Quise pensar que eran ilusiones mías, que no era cierto, y presté más

atención para asegurarme.

Los volví a oír. Y además, esta vez, acompañados de unos murmullos. Alguien hablaba muy

bajito. Y alguien más le contestaba.

¡Dios mío, han entrado en la casa, están dentro! ¿Pero, por dónde? Repasé mentalmente todas

las puertas y ventanas. Todas cerradas, seguro. Además, con el frío que hacía, era difícil que alguna

ventana se hubiera quedado abierta y hubiera pasado desapercibida. Estaba todo cerrado, seguro.

Y se trataba de un quinto piso, sin balcón. ¿Por dónde entonces...? ¡Mierda, ya está! ¡Por la

galería! Yo había oído hablar de gente que se descolgaba desde las terrazas y entraba por las cristaleras

de las galerías, haciendo un agujero en el cristal, con una punta de diamante, al estilo de las

películas de Hollywood. O simplemente, forzaban las cerraduras de las correderas.

Me puse a temblar. ¿Y si entran en mi habitación? Lo mejor era hacerse el dormido.

No pude evitar afinar más y más el oído, intentando adivinar lo que hacían y decían. Pero estaba

todo muy confuso. Había cierta agitación, no había duda. Pisadas sigilosas que iban y venían.

¡Dios, que no entren en mi habitación, que no entren...!

Tragué saliva varias veces, me acurruqué bajo las mantas y me cubrí casi hasta la cabeza.

¿Por qué tenía que haberme despertado? ¿No hubiera sido mejor dormir, ignorante de los acontecimientos?

Cuando las cosas ocurren mientras duermes, no te enteras, sufres menos. Pero así...

De pronto, algo cayó al suelo y tiró algo a su vez, que cayó dando botes. ¡Jesús, estaba perdido!

¡Ahora sabrían que me tendría que despertar y...! ¿Cómo se afronta una situación de éstas?

Soy un cobarde, lo reconozco. Lo único que supe hacer, fue esconder aún más la cabeza.

Se había hecho un silencio absoluto. Supongo que esperarían a ver si me despertaba, si salía de

mi habitación... me estarían esperando. No me atreví a hacer nada, me quedé quieto, inmóvil bajo las

mantas. Luego, muy despacio, presentí más que oí, unas pisadas lentas y cuidadosas, acercándose a

la puerta de mi habitación. Respiré profundamente, intentando dejar de temblar.

Hubieron unos segundos más de silencio, mientras yo presentía a alguien al otro lado de la

puerta. Luego, el picaporte comenzó a bajarse muy lentamente, mientras el muelle pugnaba por

gruñir y quejarse, queriendo dar la voz de alarma. Pero la cuidadosa mano que lo presionaba, apenas

le dejaba.

Sentí cómo la puerta se iba entreabriendo muy lentamente. Tomé aire y lo retuve, conteniendo

la respiración. Pensé que era mejor hacerme el dormido. Pero, ¿quién se va a creer que alguien siga

durmiendo después del estrépito que se había oído?

¡Sueño profundo, esa era la solución! ¡Sueño profundo y ronquidos! Si alguien tuviera un sueño

muy profundo y encima roncara, seguro que podría no haberse enterado de un estruendo como el

que había sonado! Así que para parecer más convincente, comencé a simular que roncaba.

Sueño profundo, con ronquidos y con la cabeza bajo las mantas, podría dar el pego. Al menos

tenía que intentarlo.

Durante unos segundos que se me hicieron eternos, no pasó nada. Pero sentí aquella mirada

profunda clavándose sobre mí.

¡Que no entren, por favor, que no entren! ¡Que me vean dormido y me dejen tranquilo! ¡Que

hagan lo que tengan que hacer pero que no entren aquí!


 
 
 
Al fin, parece que se quedaron convencidos y la puerta volvió a cerrarse muy lentamente. Después,

muy, muy despacio, el picaporte fue cediendo de nuevo y el muelle gruñó por lo bajito con aires

de liberación, volviendo a su posición natural. Y la puerta volvió a quedar cerrada.

Respiré aliviado. Estaba a salvo. Pero no pude evitar sufrir un ataque de temblores, que me costó

mucho dominar.

Volvieron a oírse los pasos sigilosos, algo que crujía suavemente, pequeños golpecitos sordos...

y luego silencio de nuevo. Nuevamente pasos alejándose y por fin, silencio. Un silencio absoluto.

¿Se habían marchado? ¡Quién sabe! Pensé en levantarme y ver qué había pasado, pero no me

atrevía. Con mayor certeza, cerca del amanecer seguro que ya no estarían y entonces podría levantarme

sin temor a un encuentro desafortunado.

Así que decidí esperar. Intenté dormirme de nuevo, pero mi instinto no me dejaba. Di vueltas y

más vueltas en la cama, eso sí, con mucho sigilo por si acaso.

Después de mucho luchar por serenarme, logré calmar mis temblores, mis nervios y mi temor.

Acabé relajándome y dormité a pequeños intervalos, esperando ansiosamente la claridad del amanecer.

Desde mi posición en la cama, la claridad del nuevo día se veía a través de los resquicios de la

ventana, por lo que yo esperaba aquella luz salvadora con verdadera ansiedad.

No sé como, pero acabé durmiéndome de verdad. Supongo que presa del cansancio y el agotamiento,

por la tensión soportada.

El mismo sexto sentido que me despertó a media noche, acabó despertándome de repente.

Asomé la cabeza por fuera de las mantas, y miré hacia la ventana.

Allí estaba la luz.

Presté atención una vez más, escuchando por si se oía algo en el salón, y nada. Todo había pasado

ya. Podía salir.

Me levanté de la cama, nervioso, pero decidido. Hice un ademán de abrir la puerta, pero el frío

me dio un toque de atención y decidí ponerme el batín y las zapatillas. No era buena idea salir en

pijama y con los pies descalzos.

Luego, abrí lentamente la puerta y me asomé con mucha precaución. No pasó nada. Así que salí

decididamente y sin hacer ruido.

¡Dios mío, no podía creerlo! ¡Estaba todo amontonado, pero con un amontonamiento estudiado

y muy cuidado, como para que no se pudieran caer las cosas!

¡Todo al pie del árbol, con mucho confeti y serpentinas por ahí tiradas! ¡Y los platos y vasos casi

vacíos, apenas habían dejado nada! Y allí estaba también, a un lado, la bola del árbol que se había

caído dando botes.

No pude evitarlo más, dejé de contenerme y me lancé hacia aquel montón de paquetes envueltos

en miles de colores. Comencé a romper papeles tan deprisa como pude y ante mis ojos aparecieron

los envases más deseados, anunciando su emocionante contenido.

Lápices de colores, cuadernos para colorear, plastilina... ¡un mecano! Y... ¡oh, Dios mío! ¡Un escalextric!

¡No podía creerlo!

-¡Mamá, mamá...! comencé a gritar mientras corría hacia la habitación de mis padres-. ¡Mira lo

que me han traído, mira lo que me han traído!

Mis padres se levantaron a toda prisa y se hicieron los sorprendidos mientras yo volvía a bucear

entre restos de papel de regalo, cajas, serpentinas, confeti, caramelos, tebeos, juegos de mesa, y

empecé a abrirlo todo esparciendo por doquier toda mi alegría y mi júbilo. Y mientras lo hacía, se iba

iluminando mi mente recordando aquellos momentos de tensión durante la noche: ¡nada de dejarse

descolgar por la galería desde la azotea, abriendo agujeros en los cristales, ni nada parecido! ¡Eran

Magos, por lo tanto, no necesitaban de nada para poder entrar en las casas! ¡Les bastaba con atravesar

las paredes!
 
 
 
 
Obra: El álbum de mamá
Autora: Augusta Santana
Se me ocurrió mirar las fotos más pequeñas del álbum más antiguo de mamá.
Por alguna razón me llamaban esos bordes contorneados que hacían de paspartú enmarcando las fotos. Poco a poco saltaron a mis ojos los niños retratados en ese blanco y negro que ahora ya mudaba su color, a un translúcido raro de los años dormidos.
Recordé tantas cosas en esta tarde de otoño, que al despegar mis manos de las solapas enteladas del álbum, sabía que lloraba porque había un vacío, de todos los que fuimos escogidos para ilustrar los ratos de unas vidas, sobre ese papel luminoso y satinado.
Vi la luz que jugaba en la abiertas manos de Sofía, pintando en la pared sus animales al amparo de la lámpara que el ama sostenía. El veloz caballero D. Manuel con su espada y su cota que despertaba a la eterna princesa con su beso y rendía su sombrero de plumas a sus pies. Candela, la distraída muñeca de papá que miraba sentada en el regazo de la abuela y que se revolvía como loca cuando algo le gustaba aplaudiendo con sus gordas manitas. La morenita Lola, que usaba las piezas de construir castillos para hacer parques y jardines de flores, como los del Retiro y nos hacía oler sus arcos, para notar el aroma de las rosas rojas que veíamos tantas veces.
El antifaz que un día trajo el abuelo a casa, se ha quedado en los ojos al lado de una sonrisa abierta, cómplice y feliz de poseerlo del bravo D. Manuel... ¡ un regalo precioso que cuidó siempre con esmero su dueño ! Usaba sus pistolas como cualquier valiente del Oeste y arreaba a un ganado imaginario por los pasillos de la casa, con su antifaz calado, hasta que era mamá quien lo paraba en esas correrías.
Por dos veces me recorrí las fotos como si así, pudiera regresar un momento a esos días donde sólo vivíamos, sin saber que todo se quedaría impreso en mil fotografías.
Sí que me acuerdo, sin que tenga que ayudarme de ninguna imagen, de mi madre jugando con nosotros, o de las cartas que papá nos dejaba en rincones de la casa, para que al encontrarlas supiéramos que estaba viviendo a nuestro lado, sin quitar los secretos de sus niños, pero sabiendo de ellos.
Sus niños que ahora lo vemos todo desde lejos y sin embargo, todo tan dulce como antaño.
Y he pensado después de repasarlo, que si tengo que ser niño en otra vida...quiero volver a ser de ellos.


 


 
 
Obra: Reflejos de mi niñez
Autor: Ángel Reyes (Poemas del Alma)
Leído por Montse Aracil
 
Reflejos de mi niñez
 
 
Reflejos que no se adormecen

del niño que un día fui

son esos reflejos del alma

de momentos que viví

entre besos de mi madre

que me hicieron tan feliz.

Cuando la desdicha aflora

en mi corazón de adulto

recurro a esos recuerdos

concediéndome el perdón

de los errores pasados

y alegrar mi corazón.

Que haría sin los reflejos

de mi niñez milagrosa...

la vida se me hace hermosa

recordando ese cariño,

que mi madre iba plantando

en mi corazón de niño.

Este reflejo de ahora

en mi dulce corazón,

no es mi merito señora,

es merito de esa ilusión

con que mi madre me criara

con amor y devoción.

Sufrí de calamidades

dificil de superar...

una mirada interior

y me vuelvo a levantar

por que veo ese reflejo

que en mi corazón está....
 
 

Poema: Mágica Televisión
Autora: Violeta Gambín Sevilla
 

Poemas seleccionado y publicado en noviembre de 2011 en el libro de RELATOS URBANOS.

Editorial ECU.

 

MÁGICA TELEVISIÓN

              Aprendemos de aquello que vemos y de lo que vivimos...

            A Sofía se le ilumina su cara, cuando recuerda con cariño el día que su padre trajo a casa una televisión. Aquel aparato sustituyó de pronto a la radio, que hasta entonces había sido, junto con los libros, la distracción de toda la familia.

            Sofía acababa de cumplir ocho años ese mes de agosto de mil novecientos sesenta y nueve. Su cabeza estaba cargada de sueños, algunos alcanzables; otros no tanto. Sin embargo, aquel verano se presentaba suculento, gracias a aquel enorme cacharro que por primera vez entraba por la puerta de la casa, en la que pasaban el verano ella y su familia.

            «No te puedes ni imaginar lo que supuso aquello para mis hermanos y para mí. Era una gozada sentarnos frente al televisor por las tardes a la hora de la sobremesa para ver la peli del Oeste. Se trataba de películas entretenidas, en las que los vaqueros y los indios entablaban luchas sangrientas. Y aunque las películas eran en blanco y negro, a mí me gustaban.

Al principio me preguntaba, a todas horas, cómo era posible que los personajes que aparecían en los relatos de los libros de Marcial Lafuente Estefanía cobraran vida detrás de aquella enorme pantalla... más tarde lo supe, pero habían transcurrido algunos años».

             A Sofía le gustaba ver los programas que día tras día aparecían frente a ella, encendiendo su mente. Los documentales de “El hombre y la tierra” que fueron para ella su inspiración. El programa “UN, DOS, TRES, responda otra vez” Los chirripitiflauticos, con Locomotoro, Valentina y el capitán Tan y muchos otros que recuerda con agrado, y de los que aprendió todo lo que ahora sabe.

            Y así, entre el color tierra de la Meseta Castellana y el azul del Mar Mediterráneo, Sofía se crió al abrigo de la magia que brotaba de la televisión, viviendo dulces momentos, entre tardes calurosas y horas que discurrían lentas entre el devenir de los bocadillos de vino con azúcar y los helados de la marca del Coyote que degustaba sentada frente al televisor.

            Con el paso del tiempo, vienen a su memoria las películas de terror que por primera vez los chavales veían, rezagados detrás de la puerta del salón para que los papás no les regañaran, porque estaban vetadas a los menores de edad. Los programas educativos, sí, esos que ahora se echan en falta y aquel entrañable festival de Eurovisión que año tras año ilusionaba a los más pequeños de la casa, y que coincidía con el verano, época de vacaciones estivales. Más tarde desfilarían ante sus ojos más programas y series, como la familiar y plañidera: La casa de la pradera, con su melodía dulce; el programa de cuentos: “Un globo, dos globos, tres globos”, que formaron el carácter de aquella mocosa de ocho años que creció al abrigo de aquellas enseñanzas, gracias a la influencia de las musas que se asomaban a la ventana de aquella televisión, que su padre le compró aquel verano.

 
 

LA CAJA DE LOS TESOROS
Autora: Aurea López

El mar de las caracolas

fuerte ruge en la historieta

de océanos y sirenas

que dos niños imaginan:

Violeta es una adivina

y Miguel resulta un mago

remando en una canoa

que les lleva hasta una isla

para descubrir al truhán

que roba las golosinas.

Raudos llegan en su barca

a un mundo de fantasía,

donde otros niños en juegos

inventan sus aventuras 

de hechizos y maleficios,

encantamientos y brujos.

Antes de volver a casa

recogen conchas y estrellas

que guardan en una caja

que llaman de los tesoros.
 
 
 
 
 
 
 
 
 Nos deleitó con su preciosa voz cantando una canción Carmen Rodríguez
 
¡¡¡Esperamos que los hayan disfrutado!!!

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